De
niños asimilamos conocimientos y tareas que pueden parecer poco prácticas o
innecesarias, en la edad adulta entendemos por qué. No recuerdo en qué curso
nos enseñaron la escritura de los números, supongo que sería tercero o cuarto
de E.G.B. Hoy he preparado unos cheques, correspondían a los finiquitos de unos
trabajadores. He revisado las liquidaciones de cada empleado y he escrito las
cifras de la indemnización en cada papel rosado. Al escribirlas me asaltaban
dudas sobre la norma ortográfica: ¿se escribe “cien mil novecientos
noventa euros y cuarenta y tres céntimos”? Estas dudas me han parecido estúpidas
y desconsideradas, incluso me avergüenzo al pensarlo. Detrás de ese número y
ese papel está el fin de la etapa laboral en una empresa de una persona. En
algunos casos, se pone el punto y final a una trayectoria de esfuerzo y serio
compromiso con la compañía. ¿Para qué tanto esfuerzo? ¿Para acabar con un
cheque en la mano y un futuro incierto? No es fácil salir a la calle a buscar
trabajo en un contexto como el actual. No es fácil optar a un puesto de empleo
cuando tienes 56 años. No es fácil tener un hijo de dos meses y asumir que no
sabes cuándo volverás a trabajar. Mientras tanto, yo, que todavía trabajo, me
preguntaba si “treinta y dos” se escribe junto o separado. A veces somos
mezquinos sin pretenderlo.
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