domingo, 14 de febrero de 2010

El flamenco me persigue


No, no adolezco de manía persecutoria. Tampoco estoy siendo acosada por ningún bailaor psicópata que me espera por las noches en la entrada de mi portal. Simplemente me refiero a las casualidades, a cómo determinados temas o situaciones adquieren una relevancia súbita en una semana cualquiera.  Ayer escuchaba en la radio una entrevista de un cantante flamenco, Parrita, para mí desconocido, que ha sacado a la venta un disco de versiones flamencas de canciones conocidas. Hoy Farruquito, ya en libertad,  relataba sus vivencias en la cárcel y exponía sus próximos proyectos profesionales.  Si sigo en esta línea, me voy a encontrar a Miguel Póveda en el metro, ojalá.

La pregunta es: ¿al haber abordado un tema o adolecer de una determinada situación (casos paradigmáticos serían sacarte  el carné y llevar la L de novato, romperte un brazo…),  estamos más receptivos a reconocer esa situación o inquietud en los que nos rodean? ¿O es que acaso marcamos tendencia? ¿De pronto nos hemos convertido en un icono social? En el momento que me pronuncio favorablemente sobre algo, ¿el resto del mundo se posiciona en el mismo sentido?. Es decir, si dijese me encantan las pasas, ¿se dispararía la demanda nacional de este producto? ¿Fui yo la que provocó la caída de los parqués hace una semana al hablar sobre las acciones del BSCH en un "bareto" a las dos de la mañana?

Muy a mi pesar, probablemente la primera opción sea la más plausible. Al que lea esta entrada voy a revelarle un secreto: no soy ni Hugo Chávez ni Pedro J. ni Paris Hilton, es decir, ni tengo el poder legislativo ni el mediático ni soy una multimillonaria consentida que está en el punto de mira del papel couché. Tampoco hago proselitismo desde este blog visitado por millones de personas diariamente.


Existe una tercera opción, no menos desdeñable, sumamente obvia también. Nuestros intereses no surgen ni espóntaneamente ni de forma innata, son artificiales,  creados por la sociedad que nos rodea. Yo no programé el concierto de Tomatito en el Palau. Parrita y Farruquito actúan en los próximos días en el Liceu, de ahí sus apariciones en la radio en dos días consecutivos. Es decir, desde hace mucho tiempo, el flamenco goza de buena salud y despierta interés en mucha gente. Por ese motivo, tuve la oportunidad de disfrutar de un concierto magnífico la semana pasada. Moraleja: el flamenco no me persigue, yo le persigo a él.

De la misma forma, cuando todo el mundo tiene la gripe y yo también, es porque hay una epidemia o pasa, no es por que me copien y les guste usar los mismos tisúes que a mí. Cuando me saqué el carné y tenía la impresión que todos eran novatos, era por que la mayor parte de mis amigos se encontraban en la misma situación. Nunca me fijé en el hombre de cien años que conducía un Renault 4 y pensé “Qué retro el abuelito”.  Un sábado por la noche, quedo con mis amigas y casualmente una de ellas viste la misma camiseta que yo. ¿Plagia mi estilo o visitamos las mismas tiendas? Me lamento y pienso que con esta originalidad en el vestir no hay quién salga en “The Sartorialist”.


¿Subjetivismo recaciltrante? ¿Visión sesgada y parcial de la realidad? Todo se reduce a una mirada dirigida del yo al entorno, no a la inversa. Esa comprensión caleidoscópica en la que el cristal translúcido es mi pensamiento y todo mi poso socio-cultural es muy difícil de superar o anular. Nos creemos únicos, pretendemos ser originales y diferentes, ingeniosos y audaces. IMPOSIBLE. Somos una masa moldeable, silenciada y sin criterio. Satisfacemos los deseos artificiales que nos crea la sociedad de consumo e ilusamente somos felices, aunque no somos más que una pieza más del engranaje. Comulgamos mansamente con las responsabilidades y obligaciones impuestas por la sociedad, generalmente sin rebelarnos contra las condiciones precarias que se dan: inestabilidad laboral, sueldos congelados, precios de alimentos y servicios que aumentan año tras año, servicios sociales insuficientes para la población, dificultades en el acceso a la vivienda, corrupción y desconfianza en los políticos… Moraleja 2: Vemos pero no siempre miramos.

Bien, seguiré escuchando flamenco mientras busco resignada una nueva forma de mirar a mi alrededor.

martes, 9 de febrero de 2010

Embrujo


Después de un mes de enero inmersa en una espiral de trabajo y más trabajo, el pasado viernes disfruté de un concierto delicioso en el Palau de la Música. El guitarrista Tomatito, o Tomate, como le vitoreaban algunos de sus más entusiastas seguidores, nos deleitó con un virtuosismo que me dejó sin habla. Debo reconocer que no soy una gran seguidora de este artista ni del flamenco en general. Sin embargo, me he emocionado siempre en los pocos espectáculos en directo que he presenciado. Supongo también que tuve la suerte de coincidir con buenos representantes del género. La fuerza y el desgarro que desprende el flamenco son arrebatadores, deja el mundo en suspenso, el flamenco embruja.

 
Recuerdo un viaje a Granada, hace ya varios años. La última noche debíamos tomar el autobús a las dos de la mañana, como este horario era incompatible con el sueño, decidimos prolongar la velada hasta la hora señalada en un bar situado en la calle del Darro. El concierto tenía lugar en una sala abovedada, al final del local. De hecho, podía haber sido una antigua bodega. El plan era perfecto, asistir a un espectáculo flamenco y así hacer tiempo hasta la hora de partir. Guitarrista, bailaora y cantaor llegaron tarde. Mientras esperábamos disfrutábamos de una cerveza más, en esta ocasión, sin la consabida tapa. Cuando llegaron se hizo el silencio y el embrujo envolvió aquellas cuatro paredes mal ventiladas. El humo y la penumbra se adueñaron del local mientras la voz del cantaor nos deleitaba con historias de desamores, engaños, pasiones arrebatadoras… El flamenco también es poesía. Reyerta, duende, canastera, yunque...La guitarra cobraba vida a través de cada una de las notas arrancadas por el artista. Lirio, luna llena, zarzillo, gitana... Sucumbimos al arte de la bailaora, enfundada en una falda de topos y una camisa negra. Fue estupendo. Limón, arroyo, aceituna, laurel... El tiempo pasaba y nos resistíamos a abandonar la sala, ansiosos por seguir disfrutando de ese espectáculo apasionante. Nardo, almidón, olivo, higuera, muerte...


Desde esa noche mágica, sospecho que el enclave ideal para estos momentos es un espacio recogido e íntimo, en el que pueda establecerse una comunicación directa con los espectadores. Supongo que el origen ancestral del flamenco se sitúa en encuentros familiares, de amigos o vecinos, en las que se alzaban como un escenario improvisado las casas, un patio o la propia calle en tardes de verano. Imagino el bullicio y la alegría reinante en estos encuentros, el repicar de las palmas, la risa de los niños, una voz poderosa que tañe desde las entrañas, envuelta en sentimiento y rabia. El vaivén de la falda, sujeta por una firme mano en un costado, alejándola del suelo, y unas piernas, que se asoman entre las telas, entregadas al baile.

Barcelona nos ha agasajado con otros momentos memorables. En el JazzSí, en el Raval, los viernes hay espectáculo flamenco. Empieza a las nueve de la noche, a las ocho y media ya está lleno. El bar es pequeño pero el público es fiel y conocedor de la calidad de los artistas que se convocan. Siempre se cuela algún guiri, supongo que esta información se ha filtrado en la Lonely Planet de la ciudad. El encargado del local es un forofo del flamenco. Alto, barrigudo, nos presenta con su indeleble acento andaluz al guitarrista Montoya, “conocido en el mundo entero”, o a la bailora Amaya, que “ ha actuado en los mejores escenarios del país”. Quizás sea cierto pero no puedo evitar sonreir ante un discurso tan manido viernes tras viernes.



Hace una semana disfruté una vez más del flamenco en una ocasión de gala, tanto por el enclave como por sus intérpretes. Uno de sus grandes exponentes, Tomatito, compañero de profesión y andanzas de Camarón de la Isla durante quince años, nos deleitó con su arte. Eché de menos la proximidad de los espacios pequeños, en los que el artista está tan sólo a unos metros, pero a los grandes sólo se les puede divisar desde la distancia.