domingo, 18 de julio de 2010

Cañones y libros

Mediodía de un domingo de julio. Cañón de Añisclo. Las paredes abruptas y altas dan cobijo al cauce del río. La sombra de las montañas y la humedad del agua auspician un bosque frondoso. El azaroso trajín del río acompasa nuestros pasos, cada vez más intenso mientras nos aproximamos al palpitar del agua. Exploramos el lugar. Caminamos unas horas deteniéndonos en un sitio y otro. Hace mucho calor, más de treinta grados.

Finalmente llegamos al río. Escogemos cuidadosamente una orilla, buscamos sol y sombra. Nos sumergimos en sus aguas heladas. Chapoteamos y reímos. Charlamos. Organizamos un improvisado picnic, compartimos lo que llevamos: pan de molde, embutido, queso, frutos secos y agua. La felicidad nos aguarda en los momentos más sencillos e inesperados.

Mientras disfruto del momento, pienso que la literatura evoca constantemente la vida. Recuerdo algunos pasajes de "El Jarama", novela en la que se recrea el encuentro en el río de unos amigos un domingo de agosto. Lo leí hace muchos años y decido que ya ha llegado el momento de releerlo. 

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