martes, 23 de marzo de 2010

"El berenar d'Ulisses" en la Sala Beckett.


Me gustan las historias. Las busco en los libros, las puedo encontrar en un DVD olvidado en una estantería o en la anécdota que me puede explicar un compañero en el despacho. Hace unos días fui a la Sala Beckett a la caza de una nueva historiaauspiciada por grandes expectativas y, sin embargo, fui presa del desconcierto: no entendí nada. A veces también pasa con los libros, el DVD polvoriento o la anécdota del compañero, no sólo con el teatro.

Desde mi modesta e ignorante opinión, en esta obra se impone lo estético, prevalece la estructura al relato. Se aborda la problemática de la inmigración y los abismos insondables que ésta forja en una familia. La trama, o lo que alcancé a comprender, nos presenta las relaciones entre unas personas distanciadas por el tiempo y los kilómetros. El tema, aparentemente atractivo, se resquebraja en la recreación de situaciones durísimas pero abordadas sin profundidad. La madre pierde a su marido y estalla en carcajadas con su hijo ante una tontería. Los dos hermanos se reencuentran en Venezuela por primera vez después de ocho años, tras la muerte del hijo retrasado del hermano mayor. La magnitud de la tragedia es aderezada con las constantes esnifadas de cocaína del primógenito y una esposa desubicada que sólo piensa en bailar vallenato.  La tragedia se relega a un segundo plano, no se profundiza en ella y el espectador presencia atónito una cadena de secuencias, que confunden más que explican. Durante la obra, en dos o tres ocasiones, los protagonistas interrumpen su actuación al escuchar el zumbido de una mosca, silenciosos, siguen con la mirada la trayectoria imaginaria del insecto por la escena. Leo después, tuve la gloriosa idea de coger un tríptico en la taquilla,  las palabras del director sobre este punto. Este recurso persigue romper el hilo narrativo y mostrar al espectador que el protagonista está rememorando esas vivencias del pasado, con las discontinuidades que ello implica. Francamente, prefiero las técnicas de flashback que utilizó Tarantino en Pulp Fiction; si hubiese puesto una mosca, Jules Winnfield (Samuel L. Jackson) le hubiese disparado en el primer asalto. Mi percepción desafortunada sobre la obra no está reñida con la excelente valoración de las actuaciones de Pepo Blasco y Ferran Carvajal. Sin embargo, este hecho no es suficiente reclamo para justificar la compra de la entrada. Mucho símbolo, poca chicha. Al finalizar la obra, los desapasionados aplausos del auditorio ratificaron esta convicción.

Salimos del teatro, algo desconcertadas por lo que hemos visto, en busca de un lugar para cenar algo y refugiarnos del lacerante frío. Reconfortada, en el restaurante saboreo un buen plato  y degusto ávidamente el último chisme que me cuenta mi amiga. Mucha chicha y pocos símbolos. La entendí a la perfección.




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