lunes, 25 de enero de 2010

Orhan Pamuk


Hace una semana vi a una leyenda viva y admirada en el CCCB: Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2006, el perpetuo evocador de Estambul.  No paró de llover en todo el día, la ciudad se atavió de melancolía y plata para acoger al escritor. No vaya a ser que el clima mediterráneo le disuada de continuar creando esas atmósferas de derrota y decrepitud, que tanto nos gustan y que plagan las páginas de Estambul y Nieve. Llegamos cuarenta minutos antes. Esperaba encontrar un tropel de admiradores en la puerta del museo y temía tener que sentarme en las últimas filas. El tropel llegó, pero más tarde, cuando ya habíamos tomado sitio en la tercera fila.  Antes de apostarnos en nuestras sillas, tuvimos una grata y sencilla sorpresa: mientras comprábamos las entradas en las taquillas del museo, llegó el Sr. Pamuk acompañado.  Es un hombre alto, quizás mida 1,85 o algo más, de tez morena y su pelo, hace unos cuantos años seguramente negro azabache,  está sucumbiendo al ataque de las canas. Vestía de forma sobria, lucía un pantalón gris oscuro, una camisa blanca y una chaqueta negra, sin  estridencias. Un hombre discreto y serio, como cualquiera de los protagonistas que pueblan sus novelas. Cautivada por su presencia observé sus gestos, intenté captar alguna palabra de la conversación insustancial y práctica que mantenía con su acompañante, en un afán escrutador de algún gesto brillante y genial. Cuando sigues la obra de un autor, no te limitas a entrar en su imaginario, y en el propio, a través de sus historias si no que también esbozas el perfil del que se encuentra detrás de la trama. Ingenuamente, el lector cree saber la tendencia política, orientación sexual o plato preferido de ese demiurgo admirado, infravalorando su capacidad para desarrollar ficciones, ya que el autor puede adoptar las posturas más diversas y encontradas a través de sus narradores y obviamente, no siendo necesario que las comparta.  Reducir la creación a lo primero, supondría afirmar que todas las novelas se nutren de la biografía del escritor y el propio género, la novela, está reñido con esta idea. Así también crees que el hombre, no el artista,  está envuelto de la trascendencia, humor o ironía que pueden impregnar sus obras. Lo mismo sucede con esos actores o actrices encasillados en la comedia, el día que lees una entrevista suya y no vierten un comentario ingenioso, te sorprendes.  Craso error: el artista y el hombre no se identifican. Precisamente, el arte es la expresión a través de la cual el ser humano se proyecta, se multiplica y se difumina.  El artista busca ser otros, ver otros mundos, descubrir nuevas tonalidades y melodías… y los que los seguimos, queremos huir con ellos y hallar esos matices que nos distancian de la anodina rutina. Sin embargo, y a pesar de todo este circunloquio, no podía creer que el Sr. Pamuk estuviese preguntando si debía esperar en la segunda planta al inicio de la conferencia.





La conferencia empezó puntual. El autor nos habló de su última novela “El museo de la inocencia” y cómo a partir de ella, de los materiales y objetos que recopiló para escribirla   surgió la idea  de crear un museo en Estambul. En ese discurso, tras el atril vi al escritor, al hombre comprometido y con un universo poético desbordante.  



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