sábado, 15 de mayo de 2010

Un fogonazo

Es un pensamiento fugaz, un relámpago mental, durante un microsegundo percibes el sinsentido que tiene la existencia y te preguntas por qué te esfuerzas denodadamente en dotarla de significado, si, precisamente, su sentido es el no sentido. Probablemente, lo que estabas haciendo en ese instante perecedero e inaprensible era una insignificancia, no estabas leyendo a Kierkegaard ni estabas sumido en una profunda meditación. Quizás tecleabas delante del ordenador o estabas esperando en la cola del supermercado y de pronto, como un martillazo en la cabeza, te golpea la brutalidad de la verdad: ¿qué sentido tiene esto?

Ese fogonazo deslumbrante eclipsa tu mente unos minutos, sumiéndote en un punzante desasosiego. Un gesto torpe te sustrae de ese ensimismamiento metafísico, despistadamente le das con el brazo a la taza y se vierte todo el té en el suelo. Afortunadamente la taza no se rompe, permanece. El té fluye, se extiende lentamente sobre la baldosas y por motivos físicos que se te escapan, finalmente ese charco deja de crecer, a mis pies una galaxia estática y en mi mente, un mortero.

Estos pensamientos no son propios de mí, persona más bien inclinada al pragmatismo sino, estoy segura, fruto de la lectura “Doctor Pasavento" de Enrique Vila Matas. Todavía estoy en la génesis de la novela pero todo apunta a que el afán por desaparecer y el tratamiento obsesivo de la desaparición como algo inherente e indesligable de nuestra propia existencia van a perseguirme durante las 300 hojas restantes. Páginas bien escritas, rezumantes de poesía y requiebros.

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