Las
nuevas tecnologías han alterado sustancialmente la articulación de nuestras relaciones con el
mundo. La red se convierte en una plaza cibernética en la
que podemos acceder a todos los contenidos imaginables. La gran biblioteca del mundo nos espera en
nuestro ordenador, a nuestro alcance simplemente tecleando unas palabras en el
menú del magnate Google. ¿Deseas organizar tus próximas vacaciones?
¿Quieres saber en qué cine proyectan tu
película favorita? ¿Quieres cocinar una quiche? ¿Deseas solucionar el problema
de tu disco duro? ¿Buscas un fontanero? ¿No conoces las influencias de la
generación del 27? ¿Sabes el tiempo que hace en Abu Dabhi? ¿Aprender punto de
cruz? BÚSCALO EN INTERNET. Dudo que haya una pregunta sin respuesta en la red,
otra cuestión, es que la respuesta sea veraz o complaciente. Obviamente,
accederás paralelamente a la información deseada y a un aluvión de publicidad
sobre la materia en la que estés interesado: los contenidos tienen un precio.
Toda
opinión o pensamiento, por controvertida que sea, puede ser vertida en ese foro
virtual. Acciones de dudosa moralidad, delictivas, se exhiben, se airean
parapetadas de la censura y del control policial, en algunos casos. Internet
es un mundo paralelo, en ese espacio el
anonimato nos protege y algunos, amparándose en él, adoptan sin pudor actitudes
que no reconocerían ante amigos o familiares.
Nunca fuimos tan libres, aunque se trata de una libertad constreñida,
ficticia. Disfrutamos de esa libertad propiciada por las telecomunicaciones
pero cuyos límites son los ángulos del monitor. Más allá de éstos, seguimos
encorsetados por las mismas convenciones y leyes de siempre, menos mal. De ahí
que algunos prefieran refugiarse en esa “realidad” creada por píxeles y tubos
catódicos a asumir su rutina anodina y gris, en la que deben acatar sumisamente
las órdenes del jefe y compartir lecho con una pareja a la que no desean. Según
dicen, los portales sociales, nunca los he visitado aunque no tendría ningún
problema en reconocerlo – aquí también soy una voz anónima-, están plagados de
hombres y mujeres casados o con compromiso en busca de un devaneo, en muchas
ocasiones, mienten y no revelan su verdadero estado civil. En la red puedes
adoptar una vida nueva y vender la imagen que desees, la fugacidad y
superficialidad de estos contactos impiden la revelación de la verdad. Internet
es como un gran carnaval permanente para algunos, el gran aforo de la mentira y
la distorsión. Quizás yo sea la primera que esté mintiendo a través de estas
líneas, quién sabe. Mientras buceamos en la red, buscamos nuestro reflejo en
los espejos deformes de la calle del Gato, aunque Max Estrella nos advirtiese que “las imágenes más bellas en un espejo cóncavo
son absurdas”.